agosto 30, 2011

Marciano herido


“Parece que la vida sigue empecinada a herirme. Esta carta la escribo desde el Hospital de la Charitá Sala Boyer, cama 22, desde donde acabo de ser operado de una hemorragia intestinal. He sufrido veinte días horribles de dolores físicos y abatimientos espirituales increíbles. Hay, Pablo, en la vida horas amargas, de una negrura negra y cerrada a todo consuelo. Hay horas más, acaso, mucho más siniestras y tremendas que la propia tumba. Yo no las he conocido antes. Este hospital me las ha presentado y no las olvidaré”.
(carta de César Vallejo a Pablo Abril, octubre 19 de 1924)
Don Marciano Amaya Pretel, de Anriqsha, en la provincia de Contumazá, es un compañero nuestro, Coordinador Voluntario de muchos años en bibliotecas rurales y coordinador también del Programa Comunitario.
Como todo buen caminante, una tarde salió por el campo, tropezó y cayó en una quebrada… se lesionó la rótula y tuvo que ser traslado de emergencia hasta el Hospital Regional en Cajamarca. Pero este no fue el peor de sus males.
Don Marciano, como Vallejo, también aprendió en el hospital: aprendió que si no tienes dinero, aunque tengas un seguro integral de salud, de nada sirve, porque los clavos, las brocas y todos esos instrumentos necesarios para reconstruir una rótula, y las medicinas más buenas, no están a disposición así nomás, eso cuesta y cuesta caro… y tampoco se pueden conseguir en Cajamarca.
Aprendió que si no hay por ahí una “varita”, la operación puede esperar aunque le dolor aumente; que si no tienes ayudita extra, tu familia ni siquiera puede acercarse a preguntar por ti porque la respuesta que recibirá será solamente un “¡¿Usted no entiende!?”
Aprendió que por muy enfermo que esté debe esperar o gritar si necesita ayuda porque los sistemas de timbre en las habitaciones ya no funcionan; aprendió que con un oxidado alambre de amarre de cualquier construcción pueden sujetar las botellas de suero en un hospital donde, además, no dejan que se acerque tu familia porque “contaminan el ambiente”. Aprendió que una sábana usada puede servir para el siguiente enfermo, pues nadie se va a enterar que ya fue usada en otra cama el día anterior…
La situación por la que atravesó don Marciano nos reafirma una vez más las condiciones deplorables en las que el pueblo es “atendido” en los servicios públicos de salud y nuestra indignación crece más frente este tipo atropellos.
Para don Marciano, nuestro aprecio de siempre y los más sinceros deseos de pronta recuperación para que regrese a sus largas caminatas, a visitar a sus niños del Programa Comunitario y sus Bibliotecas Rurales.

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